miércoles, 8 de abril de 2009

Encuentro inesperado en Madrid

Hora pico. La lluvia salpicaba en la ventana del bus con destino al barrio del Pilar, de Madrid. Estaba tan cansada, ese definitivamente no era mi día. Encima no tenía paraguas. El sol había brillado hasta la media tarde. Una nube puso sus manos, tapándolo sin problemas, y comenzó a llover torrencialmente, aunque yo no estaba para pensar en el clima.
Mis dedos resbalaban sobre la ventana empañada y dibujaban círculos que a veces eran rombos mal hechos por los giros bruscos del conductor. Seguramente otro taxista se había parado de golpe para subir a un nuevo pasajero. Las bocinas sonaban lejanas, la avenida estaba colmada de luces titilantes y un mocoso miraba mis dibujos sin sentido. Borre todo, quería saber cuanto faltaba. Hice una ventanita de submarino. Todavía faltaba para llegar a casa.
En mi ventanita se reflejaba su cara. Mi corazón empezó a palpitar como lo había hecho hace un par de años, cuando lo vi por primera vez. Recordé ese día, caminaba como siempre, preocupada por no llegar tarde a la facultad, me miró y no pude evitar darme vuelta. Me encontré con sus ojos y con el amor. Nunca pensé que podía ser tan simple el enamorarse de alguien y tan difícil mantener sano lo que todo el mundo llama corazón, aunque ya saben que es sólo un músculo que no entiende las complicaciones que trae.
Lo contemplé durante todo el trayecto pensando: “Seguro no se acuerda de mí, soy una tonta…”. Se bajó, ni siquiera registró mi presencia. Llegué a destino, como siempre, salí de la muchedumbre asfixiante con un movimiento tosco y continué mi camino hacia el hogar.

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