Se pueden encontrar secretos en los lugares menos pensados. El recelo por mantenerlos guardados se transforma en una cuestión casi de Estado, pero menos razonable. Olga vende pelucas en un local de la calle Lavalle y contonea la cabeza con una sonrisa con destellos de burla que murmuran un "no te lo voy a decir". Es muy difícil de soportar una frase así. Las preguntas gritan un "¡Contameló!" pero la respuesta se mantiene indemne.
El mundo, que se asemeja más a un universo, de las pelucas esconde sensibilidades y secretos. Olga hace 20 años que está en el negocio, es dueña, y sabe más de lo que cuenta. Su mirada deja entrever que conoce bien el oficio. Ella y Gabriela, la chica que la acompaña desde hace sólo un año, tienen los difíciles roles de ser vendedoras y a su vez amigas que prestan por unos minutos sus hombros cuando aparece la desesperación. "Yo antes venía a probarme las pelucas y a divertirme pero me di cuenta de que es mucho más que eso", comenta Gabriela.
Es conocida la importancia del pelo para una mujer: "Es el marco de la cara", afirman. "Nosotras atendemos, en su mayoría, a mujeres que están siendo tratadas con quimioterapia y es muy difícil", asegura Olga con una mirada que parece estar recorriendo las miles de veces que tuvo que darle ánimos a cada una de esas mujeres.
"La clave es la paciencia", explica Gabriela que, a pesar de ser nueva en el oficio, fue testigo de momentos que marcaron su mirada y la manera de verse a sí misma. Muchas veces tuvieron que rapar las cabezas de sus clientas, entre llantos, palabras de apoyo y risas.
"Cuando viene alguien pidiendo pelucas de cotillón no tienen idea en dónde se metieron, acá lo más barato puede salir mil pesos y cuando se lo digo, salen corriendo", reconoce Olga.
Una peluca es una inversión. Hubo momentos en que era un placer, una moda. Hoy en día es una manera que encuentran muchas mujeres para reencontrar su femineidad, para verse "naturales", revela Olga, pero no deja de atesorar el secreto que la lleva a contestar con el tono propio de las personas que dicen: "Yo sé, pero no te lo voy a contar".
El mundo, que se asemeja más a un universo, de las pelucas esconde sensibilidades y secretos. Olga hace 20 años que está en el negocio, es dueña, y sabe más de lo que cuenta. Su mirada deja entrever que conoce bien el oficio. Ella y Gabriela, la chica que la acompaña desde hace sólo un año, tienen los difíciles roles de ser vendedoras y a su vez amigas que prestan por unos minutos sus hombros cuando aparece la desesperación. "Yo antes venía a probarme las pelucas y a divertirme pero me di cuenta de que es mucho más que eso", comenta Gabriela.
Es conocida la importancia del pelo para una mujer: "Es el marco de la cara", afirman. "Nosotras atendemos, en su mayoría, a mujeres que están siendo tratadas con quimioterapia y es muy difícil", asegura Olga con una mirada que parece estar recorriendo las miles de veces que tuvo que darle ánimos a cada una de esas mujeres.
"La clave es la paciencia", explica Gabriela que, a pesar de ser nueva en el oficio, fue testigo de momentos que marcaron su mirada y la manera de verse a sí misma. Muchas veces tuvieron que rapar las cabezas de sus clientas, entre llantos, palabras de apoyo y risas.
"Cuando viene alguien pidiendo pelucas de cotillón no tienen idea en dónde se metieron, acá lo más barato puede salir mil pesos y cuando se lo digo, salen corriendo", reconoce Olga.
Una peluca es una inversión. Hubo momentos en que era un placer, una moda. Hoy en día es una manera que encuentran muchas mujeres para reencontrar su femineidad, para verse "naturales", revela Olga, pero no deja de atesorar el secreto que la lleva a contestar con el tono propio de las personas que dicen: "Yo sé, pero no te lo voy a contar".
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