martes, 1 de septiembre de 2009

“No sé si llamar al fútbol deporte, para mí es una empresa”

Guillermo Marro es nadador paralímpico y en un comienzo nadar era para él una linda forma de compartir con sus hermanos. Nunca pensó que a los 26 años iba a ser conocido por ser uno de los mejores de la natación nacional. A pesar de tener una discapacidad que afecta a sus piernas desde nacimiento y la falta de apoyo hacia su deporte, parece que no hay nada que pueda detenerlo.

El asfalto era una gran parrilla en donde la gente era el asado. El domingo, al mediodía, la temperatura en Buenos Aires trepó a 34°C. El calentamiento global rompió un record, nunca hizo tanto calor en un día de agosto; según la lógica, es un mes invernal en esta parte del mundo. Lo que muchos no se enteraron fue que ese mismo día se batió otro record, uno panamericano. Guillermo “El Tiburón” Marro, un reconocido nadador paralímpico a nivel internacional, lo logró.
El Campeonato Abierto de Natación convocó en el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) a los mejores representantes del deporte adaptado, practicado por personas con discapacidades motrices. Jóvenes de toda la Argentina, junto a algunos representantes de Chile, Uruguay y Brasil, demostraron su “pasta” de atletas. “La gente tiene que ver que lo que hacemos realmente es deporte de alto rendimiento”, afirma Marro ya que el entrenamiento que hacen es igual al de cualquier otro nadador profesional de deporte “convencional”. Guillermo tiene artrogrifosis congénita, una discapacidad del tren inferior que le produce una limitación articular en las piernas. Nada exclusivamente con la parte superior de su cuerpo
.
“El Tiburón de Pergamino”, así lo apodan en su ciudad natal, habla con la misma rapidez con que da cada una de sus brazadas:
-La mañana comienza a las siete, hago un buen desayuno y luego tres horas de pileta. Almuerzo, descanso dos horas, voy al gimnasio una hora y media, y después pileta de nuevo hasta las 19.30. A las 21 ya estoy fusilado. Entreno seis días a la semana- cuenta sin repetir y sin soplar. Al final agrega con una amplia sonrisa: “Ya siento escamas”.
Lo cierto es que tanto esfuerzo rindió sus frutos, Guillermo, a sus 26 años logró consolidarse como un referente en su disciplina y para el deporte adaptado. Participó de los últimos tres Juegos Paralímpicos y estuvo en el podio en cada uno, gan
ó tres medallas, dos de bronce -en Sidney (2000) y Beijing (2008)- y una de plata -en Atenas (2004)-. “El apoyo siempre viene después de las medallas”, se queja Marro que, a pesar de sus logros, prácticamente no tiene sponsors. La Secretaría de Turismo y Deporte junto al Club River Plate son las únicas instituciones que le otorgaron una beca que, a diferencia de las mallas que debe utilizar para tener un mayor rendimiento, no está dolarizada. En los Paralímpicos de Beijing nadó con una malla prestada por Xavier Torres, un veterano nadador de la delegación española, ya que no tenía ninguna en condiciones para la competencia final porque duran sólo cuatro competencias.
“Nooo, ¡es famoso Guille!. Él no se da cuenta pero abre muchas puertas para los chicos con discapacidades”, comentaba uno de los espectadores del torneo, con un mate en mano y con la sabiduría de un dirigente deportivo. “El Tiburón” se preparaba para nadar y un grupo de adolescentes parecía tener una acalorada discusión -en un interval
o, a pocos metros de la pileta de competición- pero en silencio. Las señas salían de sus manos con rapidez y se pisaban unas con otras.
Sonó el timbre de largada y “El Tiburón” se lanzó a nadar. Su entrenadora, Marcela Belviso, miraba con impaciencia el cronómetro. En sus gestos brotaba el nerviosismo, para ella Guillermo es como un hermano menor que cuida desde hace diez años, cuando le hizo caso a su intuición. “Siempre vi en él muchas condiciones, tiene una garra impresionante, intenta constantemente mejorar y da todo por el deporte”, asegura Belviso, una mujer de andar fuerte y personalidad ruda. En los 35 segundos que tardó Marro para llegar a la otra punta de la pileta, Marcela no paró de chiflar, de seguirlo con una mirada expectante y, finalmente, de expulsar unas lágrimas.
Con sólo tres años comenzó en una escuelita de natación, para seguir a
sus hermanos mayores, en Pergamino. Convive desde nacimiento con la debilidad de sus piernas, nunca fueron un obstáculo para concretar sus sueños, la falta de interés sí. “Me da bronca escuchar que se gastan 600 millones de pesos en el fútbol. Ya no sé si llamar al fútbol deporte, es una empresa para mí; definitivamente los discapacitados no damos lo que pretenden”, asegura Guillermo.

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