martes, 29 de septiembre de 2009

“Lu está”

Pasaron casi nueve meses desde que vieron por última vez a Luciano Arruga, un chico pobre del barrio 12 de octubre de Lomas del Mirador. La Policía Bonaerense es la principal sospechada de su desaparición. Tenía 16 años y había sido detenido ilegalmente dos veces. Nunca cometió ningún delito.


Negro + villero + drogadicto= delincuente. Es una ecuación que no falla para todo un sector de la sociedad que reclama mano dura y la baja de la edad de imputabilidad. No se ahorrará sangre de aquél que llene esas casillas porque el sentido común es el que dicta su peligrosidad. “Un chico de ocho años que se crió en la villa no es una criatura”, suele repetir Gabriel Lombardo cuando reclama fervorosamente por más seguridad frente a los medios de comunicación. Es el presidente de la asociación Vecinos en Alerta Lomas del Mirador (Valomi) y su palabra es casi santa para muchos.

Luciano Nahuel Arruga era morocho, nació y creció en una casilla del barrio 12 de octubre -en Lomas del Mirador- y desde el 31 de enero es un desaparecido más, a pesar de que hace 26 años se agradece estar en democracia. Un testigo lo vió por última vez en el destacamento policial del barrio; había sido golpeado y parecía inconsciente, desmayado, o quizás muerto. Sin embargo, su familia no lo volvió a ver más y continúa en su búsqueda.

“Hay más de 3 mil casos de desaparecidos desde la vuelta de la democracia”, asegura Nora Cortiñas -Madre de Plaza de Mayo, línea fundadora- que la policía es la que, por lo general, está detrás de las desapariciones, por lo que demostraría que los métodos de la dictadura y la impunidad siguen intactos. “El maltrato está desde que el jóven entra en la comisaría, allí son torturados y en algunos casos no aparecen nunca más”, agrega Cortiñas.

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“¿Cómo una persona puede soportar tanto dolor?”, se preguntaba Vanesa Orieta, la hermana mayor de Luciano, cuando iba a las marchas de los días tres de cada mes en el Congreso para pedir por la aparición de las mujeres secuestradas para la trata de blancas. Nunca pensó que la respuesta la iba a encontrar en su propia experiencia: “Hay algo que te hace no pensar mucho en la desaparición y te hace pelearla para seguir adelante”, afirma.

Vanesa tiene 26 años, estudia Sociología en la Universidad de Buenos Aires. Trabaja para una tarjeta de crédito que le da dos oficios por el sueldo de uno que sólo alcanza para alquilar un pequeño departamento y comprar los apuntes y los pasajes para ir a la facultad. Es diminuta y delgada, encaja perfecto en la frase “es un palo vestido”; su voz es áspera, su discurso anticapitalista, y se desarma en ternura cada vez que pronuncia el nombre de su hermano:

-Lu era un chico muy inteligente y solidario, a pesar de lo que digan los giles. Muchas veces llegó a mi casa preguntando si tenía algo para darle de comer a sus amigos, ellos directamente no tenían nada en sus casas, solo problemas.

Ella se crió en el barrio 12 de octubre pero se mudó sola cuando cumplió 19. En realidad es la hermanastra de Luciano, comparten la misma madre, pero eso nunca fue un freno al cariño que sintió y siente por él. Gabriel Lombardo conoce su historia, fueron vecinos por mucho tiempo, y cuando se siente intimidado no duda en utilizar todos los recursos que tiene a mano para lastimarla. La inseguridad en Lombardo invade cada uno de sus pensamientos y se desvive por eliminarla. Él y su organización fueron los que pidieron la instalación del destacamento en el que Luciano desapareció. A los muchachos de la policía, con los que compartió miles de asados, tal vez se les fue un poquito la mano pero es seguro que Luciano “en algo raro estaba”.

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-Luciano Arruga es un delincuente con 20 mil causas-

Desde algún lugar preguntan:

-¡Ey! ¿Qué soy? ¿El guacho pistola?-

-Dicen que el chico se peleó con su hermanito, agarró ropa y se fue a Córdoba...-

Vanesa afirma:

-Luciano está acá- señala el espacio que la rodea, a los muebles, pero él no está físicamente- Siento que desde algún lugar me está tirando buena onda y esperanza para que yo siga.

Lo cierto es que Luciano no tenía ningún antecedente por delito aunque sí había tenido muy malas experiencias con la policía bonaerense. Antes de su desaparición había sido detenido dos veces, acusado de robos que nunca fueron comprobados ni asentados en los libros de entrada del destacamento cercano a su casa. Las golpizas y las marcas en su cabeza quedaron registradas en el Policlínico de San Justo.

El 31 de enero fue la última vez que lo detuvieron (ilegalmente). El ADN de Luciano fue encontrado en un patrullero. La causa estuvo embarrada desde el comienzo. Cuando Mónica Alegre, la mamá de Luciano, fue a radicar la denuncia al destacamento no le dieron ninguna copia y cuando Vanesa la fue a buscar las declaraciones habían sido cambiadas. Luciano era, según la denuncia, “un adicto a la marihuana”. Vanesa no hizo más que largarse a reír por lo ridícula que le parecía esa frase y a la vez de impotencia, su hermano había desaparecido.

La única adicción de Luciano era el ciber, ahí jugaba al Counter Strike y chateaba con sus amigos por MSN. Le habían ofrecido robar, también protección y armas. Luciano le contó a su mamá que los policías lo habían hecho pero que él se había negado.

Durante los primeros 45 días, fundamentales para cualquier causa, la investigación estuvo en el más profundo sueño. La fiscal Roxana Castelli, de la UFI n° 7, fue quien le cantó el dulce arrorró. Fue el tiempo suficiente para borrar cualquier prueba y, al mismo tiempo, para desviar el punto clave de la cuestión: Luciano Arruga es un desaparecido en plena democracia. Es el nunca más que la sociedad argentina no puede cumplir.

“Este pueblo tiene miedo a los jóvenes y los pobres”, afirma Nora Cortiñas. Ellos son los otros que no pueden ser vistos como iguales y a los que no se les siente compasión.



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