Se levantó de la cama como cualquier otro día, se uniformó hasta convertirse en el estereotipo de Militante Estudiantil del siglo XXI. Estaba listo, ya tenía su pullover del altiplano, el morral y los volantes para concientizar a las masas. Caminó hacia la facultad y notó que Buenos Aires le había robado la temperatura a la Antártida, pensó que los alcances del cambio climático eran más profundos de lo que creía ya que lo último que recordaba era que estaba a mitad de la primavera.
El diario del monopolio había decidido no salir esa mañana, su regocijo interior era indescriptible, una vocecita le dijo “Estamos cada día más cerca, la lucha lo hizo posible”. Sin embargo, el de la oligarquía seguía en exposición en el kiosco por lo que supo que faltaban muchas más batallas por librar.
“Maestro, ¿no tiene Página?”, le preguntó al diariero. Con una mirada por encima de los anteojos le respondió: “Joven, ¿acaso es un nuevo diario anarquista? Sepa que acá no lo encontrará”. Con más curiosidad que simpatía ideológica decidió comprar La Prensa. La tapa estaba cubierta por los avisos clasificados, los titulares no mencionaban las discusiones sobre el presupuesto del 2011 y, lo más extraño, tenía fecha del 22 de junio de 1918.
La noticia del día eran las movilizaciones de los estudiantes universitarios en contra del clero, la autoridad suprema de la Universidad de Córdoba. Los representantes de la Federación Universitaria Argentina se habían reunido con el presidente para pedirle que “satisfaga los ideales de los estudiantes” y haga posible la Reforma Universitaria. El Militante del S. XXI cayó en la cuenta de que había comprado un documento histórico ¡a diez centavos! y no podía esperar a mostrarle a sus compañeros lo que por error le había vendido el diariero.
Sin embargo, cuando llegó a facultad sólo vio caras desconocidas. Luego de años de caminar por los pasillos, ir a clases y participar de las asambleas, pensó que conocía a todos, aunque sea de vista. Un estudiante le ofreció un volante, vestía un traje arrugado y boina (Nunca había visto a alguien tan formal en la facultad). Esperaba leer algo referido a las elecciones universitarias o al asesinato de Mariano Ferreyra pero en su lugar encontró un manifiesto: “Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario”. Deodoro Roca, uno de los líderes de los estudiantes reformistas, era el firmante.
En el pasillo se detuvo a escuchar de qué conversaban dos estudiantes:
Parece que Yrigoyen va nombrar a (Telémaco) Susini como interventor- dijo uno.
¿Pensás que la Iglesia lo van a dejar? Van a decir que es muy de izquierda, vas a ver lo que te digo- contestó su compañero.
Disculpen- interrumpió el Militante del S. XXI- pero ¿hablan de Hipólito Yrigoyen?
¿De qué planeta viniste? Por supuesto, del presidente.
Así comprendió que no había comprado por unos centavos un diario de valor histórico. Efectivamente estaba en uno de los momentos que siempre quiso vivir. La Revolución Rusa acababa de comenzar, León Trotsky aún vivía y su nuevo (o viejo) presente daba inicio al movimiento estudiantil latinoamericano.
Los tiempos a principio del siglo XX no eran como su recordado 2010. La Universidad de Córdoba, creada por el Papa Gregorio XV en 1613, recién comenzaba a desprenderse de la autoridad de la Iglesia. Allí los sacerdotes Jesuitas daban clase y los juramentos profesionales se hacían sobre los evangelios.
Los pasillos de las universidades y escuelas secundarias del país eran un hervidero, todo el mundo lo era. Había rumores de que la Primera Guerra Mundial estaba cerca de llegar a su fin e Hipolito Yrigoyen era el primer presidente electo a través del sufragio universal, secreto y obligatorio.
Los estudiantes veían como aliado al presidente radical. Según La Prensa el sentimiento era mutuo, la tendencia de Yrigoyen respondía al “espíritu nuevo y ascendente en todas sus manifestaciones trascendentales y progresistas”.
Había pasado el mediodía y los estudiantes del s. XX se movilizaron a la Plaza del Congreso para solidarizarse con sus compañeros de Córdoba. La causa por la autonomía, el cogobierno, cátedra paralela y la extensión universitaria tenía eco en todas las provincias del país y hasta se había extendido a Uruguay. Faltaba muy poco para que toda Latinoamérica se contagiara del espíritu reformista.
Las conquistas democráticas de la reforma lograron subsistir por largas épocas en la memoria de la sociedad para transformarse en motivo de lucha durante las más feroces dictaduras y represiones. Los estudiantes reformistas pusieron de manifiesto que la transformación educativa y cultural está unida a la transformación social y política de la sociedad.
“Acá las cosas al fin van a cambiar”, dijo un compañero Militante de principios de siglo XX y agregó: “Ya somos diez mil estudiantes en la UBA, ¡los hijos de Anchorena ya no son mayoría!”.
Con la certeza de que esos dichos iban a hacerse realidad, el Militante del Siglo XXI decidió quedarse en ese tiempo que no le pertenecía, por lo menos hasta que se despertara de ese sueño revolucionario. Ahí fue cuando la nieve más intensa que conoció Buenos Aires comenzó a caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario