"Pip... Pip..." Rosana pasa la mercadería por el scaner con un movimiento seco. Sus ojos rasgados detrás de los anteojos y el flequillo casi ni se ven.
"Chau Ro, gracias", la saluda una clienta. Ella le devuelve el saludo en voz baja, continúa su trabajo con el próximo cliente. La cabeza está sólo concentrada en los productos y en los números. Ensimismada, casi no mira la cara de los que pasan por su supermercado de la localidad de Ituzaingó.
"Liu Bialian" escribe en un papel con letra mayúscula su nombre verdadero, el chino. Abajo agrega: "Fu Jian", su provincia natal, ubicada frente a Taiwan. Hace ocho años que vive con su familia en la Argentina, su marido y tres hijos. "Por ahora estamos acá y me quedo acá", afirma con una sonrisa.
Nunca siquiera había soñado con la posibilidad de vivir en un país como la Argentina. La primera vez que escuchó sobre estos pagos fue de la boca de su marido: "Allá está lindo, linda gente", le decía. Ellos apenas habían cumplido dos años de casados y él había viajado 19297 kilómetros para probar suerte en Sudamérica. "No tenía idea donde estaba, pero vine igual", comenta.
Se casó muy joven, a los 23 años, en la ciudad costera de Fuzhou. Allí trabajaba en una fábrica de zapatos un poco más de 10 horas diarias. Cuando llegó a la Argentina lo que más le llamó la atención fue la tranquilidad, la poca cantidad de gente en las calles.
La población de Fu Jian es de unos pocos millones menos a la total de la Argentina y posee sólo la mitad de la superficie de la provincia de Buenos Aires. Fu Jian logró tardíamente equipararse al desarrollo económico y tecnológico del resto del país. Las rutas y trenes llegaron a la región a mediados del siglo XX ya que la cadena montañosa que la rodea es muy difícil de atravesar. Recién en la década del '70, cuando la República Popular China finalizó el bloqueo de comercialización con el exterior, tuvo su mayor crecimiento.
Bialian, de 37 años, se crió en un contexto de grandes cambios. Recuerda que de pequeña sus padres debían pagar por su educación a un alto precio. Mientras que hace pocos años, afirma, el gobierno chino comenzó a proveer de educación gratuita a sus habitantes. "Acá muchos no trabajan porque le dan esos subsidios, en China no te dan nada", asegura.
El mayor de sus hijos tiene 11 años y es el único chino, sus hijas menores nacieron en la Argentina pero conocen también la cultura de sus padres. "Saben hablar mejor que yo castellano. Para mí es muy difícil. Aprendí con una libreta y el abecedario", cuenta y vuelve a atender a sus clientes. La mirada fija y la concentración adelante.
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